Silencio

A mi amigo Benja, él sabe por qué



Anoche salí a dar una vuelta por el barrio del Carmen. Antes de ir a dormir, el destino quiso que entráramos en un sitio bastante peculiar. Una conocida discoteca del centro de la ciudad, que se ha convertido ahora, como por arte de magia, en una sala de meditación rebosante de misticismo.


Quizá debido a los problemas con los vecinos, o simplemente a una moda tan pasajera como absurda, en este antro ofrecen lo que no sería demasiado descabellado etiquetar de “música para sordos”. Se trata de un invento un tanto excéntrico, que consiste en dotar a cada cliente de un par de auriculares, mientras en medio de la sala reina el más profundo silencio.

Cada persona, equipada con sus cascos, baila al son de la música que prefiera. Mientras, los que hemos decidido dejar descansar nuestros tímpanos, miramos con extrañeza el ridículo que hacen aquellos que tratan de seguir un ritmo que sólo ellos conocen. Para que os hagáis una idea, se trata de una sensación muy parecida a cuando vas a un cine en 3D y decides quitarte las gafas. Al hacerlo, observas con una risa sostenida como todo el resto de la sala mueve los brazos tratando de cazar un elefante que en realidad sólo está en la pantalla. ¿Patético, verdad?

Hoy, aún con restos de la resaca muda de anoche, se celebraba en Valencia uno de los eventos más importantes del año. Marcado en el calendario, como no podía ser de otra manera, volvía a nuestra ciudad el Gran Premio de Europa de Fórmula 1. Una simpática y cruel anécdota me ha hecho relacionar ambas cosas.

Me despertaba bien avanzada la mañana, y como todos los domingos recibía en mi casa la siempre grata visita de mi abuelo, que venía a comer. Esta vez, además, pretendía ver la salida de la carrera. Las vistas aéreas mostraban un  puerto renovado y vanguardista, coronado por la guinda de dos banderas que dejaban claro cuál iba camino de ser la nueva capital de moda.

Pero el comentario sería el que todos esperábamos. Un comentario que no es la primera vez que oigo, y en torno al cual se iniciaría la conversación. “Se ve Valencia muy bonita”, decía mi yayo, puede que con una chispa de inocencia. Mi padre contaba con la pole, con lo que replicaba aventajado y con un denotado tono de ironía. “Sí, de hecho deja tanto dinero para todos los valencianos, hoy mismo he ido a recoger mi parte correspondiente. Nos han tocado cincuenta euros”. Mi madre no se lo acababa de creer.

Pocas horas después, y tras compartir tan polémica pero chisposa discusión con un amigo, el mito de los cincuenta euros ya campaba a sus anchas por las redes sociales. Y la sorpresa no fue tanto darme cuenta de que todavía hay gente que ignora el hecho de que, lejos de dejar beneficios a la ciudad, éste es un negocio que nos cuesta dinero y que estamos pagando entre todos. Había algo más. Estoy convencido de que mucha de la gente que hoy ha leído con ilusión y esperanza aquello de que a partir de hoy mismo puede ir al Ayuntamiento a recoger su parte proporcional de las ganancias, mañana se presentará allí mismo, DNI en mano, a recibir los frutos de unos cuantos votos sembrados semanas atrás.

Irónicamente, y volviendo a aquello del destino, quizá a estos ilusos más que a nadie les haga falta quitarse los auriculares para darse cuenta de cuál es la música que realmente suena en esta sala. Para dejar de bailar al son de un ritmo falso y vacío que alguien ha compuesto para la ocasión. 


Acerca de pauborreda

Periodista y fotógrafo
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3 respuestas a Silencio

  1. Mercedes dijo:

    Dónde y cuándo dices que hay que cobrar los cincuenta euros?

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