En un fin de semana atípico y sin duda memorable, he tenido la suerte de poder disfrutar del espectáculo del mejor baloncesto del país. Gracias a un cúmulo de circunstancias que van desde la casualidad y la suerte hasta el mismísimo mérito, un querido amigo y yo fuimos invitados a la Supercopa de la ACB, celebrada en Vitoria.
Vivimos el evento y lo hicimos de cerca, pero desde una perspectiva hasta ahora ajena y desconocida para mí. Un hotel de cuatro estrellas en pleno corazón de la ciudad, desplazamiento y entradas para los partidos. Todos los gastos pagados se habrían quedado en anécdota si no fuera por la mejor de las guindillas. Una pulsera que nos acreditaba como espectadores VIP para poder deleitarnos durante los descansos en una sala oculta, repleta de maravillas culinarias. Ese era sin duda el verdadero premio.
No sólo en el pabellón sino también en el hotel (donde disponíamos de media pensión), tuve acceso a ese extraño mundo repleto de criaturas de alta gama (probablemente ya nacidos con traje en lugar de pañales), con buen comer, buen beber y saber estar. Personas hechas para estos grandes eventos, pequeños burgueses que adoptan actitudes protocolarias hasta para ir al baño. Muchos de ellos famosos o conocidos en el mundillo, parecían extrañarse ante la presencia de otro grupo no tan numeroso (el nuestro) y sin duda poco habitual que, dotados de una pulsera, podían asomar cabeza por un día en este universo elitista que no les era propio. Invitados de lujo en un estilo de vida del cual debían despertar a primera hora del domingo, de regreso a casa y, por tanto también, a la realidad.
En cualquier caso, nobles y plebeyos, extraños y habituales, unos y otros disfrutaban por igual del buen manjar que la organización ofrecía durante la competición (ésta resultaba ser algo secundario). Curioso era observar cómo entrenadores, ex jugadores, diferenciados miembros en esto del baloncesto profesional, disfrutaban tanto o más que nosotros con el vino, la cerveza y los pintxos. Bajo los trajes caros, las pulseritas con banderas patrias (a quién si no debían estar agradecidos) y las grandes apariencias, asomaban personas hambrientas que devoraban con ansia cada nuevo plato de comida que entraba en la mesa. Igual que nosotros, por supuesto (no íbamos a quedarnos atrás). Pero la única diferencia resultaba ser la máscara bajo la que ellos escondían un humano tan humano y burdo como el que cualquiera puede llevar dentro.
Así que no hizo falta esperar a oírlo en boca de otros. Pude comprobar en primera persona que efectivamente existe vida más allá del kebab. Se trata de una vida de cuentos de hadas, un fin de semana lleno de todo tipo de lujos pero alargado indefinidamente. Mucha tontería y demasiadas apariencias en un mundo que se pretende lejano y poco alcanzable, pero que quizá no lo sea tanto. Es más, juraría que alguno de aquellos pintxos de diseño, confitados con virutas de glamour, tenían un cierto regusto al kebab de todos los viernes.
Querido Pau: Sí, existe vida más allá del kebab, incluso varias y variadas, pero no se yo si algunas merecen demasiado esfuerzo e interés por vivirlas….Si acaso un ratito…Un fin de semana, poco más. Fundamentalmente porque tengo yo para mí que esas criaturas de alta gama, con honrosas y honradas excepciones, son unos mentecatos de marca mayor. Pues eso, hablando de canapés, con su pan se lo coman……Un abrazo. Ramón Barreiro.
Al leer tu comentario, sobre el viaje a Vitoria , me ha retrotraído a muy lejanos y viejos tiempos de la T.V.E (no había otra) donde emitían un programa que se llamaba «Reina por un Día»; donde una pobre señora ama de casa, madre y esposa podía disfrutar de todas aquellas cosas que toda mujer deseaba, como una lavadora, una nevera una joya…para volver luego a la rutina de todos los días. Como dijo Juan Manuel Serrat,» en la noche de San Juan todos comparten su pan, su mujer su galán, gentes de mil realeas «…»se acabo la fiesta el pobre vuelve a su pobreza, el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas». Dichoso que lo pudiste disfrutar, de contárnoslo a si de bien y ser consciente de lo que eres y de lo que son.