Así de blanco debió de quedarse Barack Obama al escuchar su nombre en el auditorio noruego en el cual se le hizo entrega del Premio Nobel de la Paz. Y no es para menos. Apenas once meses después de acceder al cargo de Presidente de los Estados Unidos, el sucesor de George Bush recibe un galardón, como poco, cuestionado por muchos.
En un país en que se ha renunciado a firmar nada que se le parezca, ni por asomo, a un protocolo contra el cambio climático (a duras penas reducirán, y bien poco, las emisiones del que consideran un enemigo de la salud pública; el CO2); en un país en que sigue vigente en depende qué estados la pena de muerte (eso sí, con inyecciones letales menos dolorosas); en el mismo país que sigue liderando año tras año los índices de delincuencia y tenencia de armas; un país que entiende, en la mayoría de los casos, la violencia como única forma de solucionar conflictos; en este país, que parece sigue siendo el modelo a seguir de todas las culturas occidentales, ha nacido un héroe, un hombre dispuesto a salvar al planeta con palabras vacías: Barack Obama, el Presidente del Mundo.
Y a este individuo, del que tanto se espera pero que tan poco ha demostrado (esperemos que por el momento), se le ha otorgado el Premio Nobel de la Paz. Y, tras ello, más de un minuto de aplausos de las más de 1.000 personas que asistieron al acto. Que se dice pronto.
Pero lo más curioso de todo, quizá por lo que menos se entienda ese minuto de aplausos, son por las declaraciones del propio Obama. Todos los periódicos se han hecho eco de un mismo titular: «En ocasiones la guerra está justificada». El angelito ha defendido la «guerra justa», quizá y curiosamente para justificar que apenas 10 días antes de recibir el premio envío a 30.000 soldados más a luchar a Afganistan. Pero, ¿qué es eso de la guerra justa? ¿en qué casos matar está justificado? Se nos llena la boca con palabrería barata y luego clamamos al cielo cuando un delincuente secuestra a un bebé y emprende una huída por las autopistas de no sé qué recóndito estado norteamericano. ¿Está más justificado este acto que el hecho de ir a tierras afganas a pegar tiros casi de manera automática?
La frontera entre la paz y el pacifismo parece difusa. Y otorgar un Premio Nobel, con todo lo que ello supone, a una persona que más que ha hecho parece que hará, no parece del todo justo. Mientras tanto, gente que mantiene una lucha diaria contra el hambre, vagabundos que duermen en los parques de nuestras calles, o incluso ciudadanos de a pie que ante un crimen menor no dudan un instante en salir corriendo tras el malhechor, tendrán que conformarse con el anonimato del aplauso que nadie les brindará. Y si no que le pregunten a mi amigo Luis.