
La cultura nazca nació en Perú más de mil años antes que la inca, y no sólo pasó a la posteridad por los gigantescos jeroglíficos con los que inundaron los desiertos de la pampa, sino también por ser uno de los primeros pueblos en provocar su autodestrucción mediante una catástrofe ecológica. Según ha desvelado un reciente estudio del Instituto de Investigación Arqueológica de la Universidad de Cambridge, este pueblo se extinguió por las inundaciones causadas por el fenómeno de El Niño. Pero lo curioso es que estas inundaciones fueron propiciadas por los propios habitantes nazcas, que talaron los bosques de su región y provocaron la desertización del suelo con el fin de aumentar las áreas fértiles para el cultivo.
Unos 1.500 años después de la desaparición de este pueblo, parece que no hayamos aprendido la lección. Hoy, en pleno siglo XXI, no sólo se siguen talando más de 12.000 árboles al año en todo el mundo, sino que a éste se le han sumado otros muchos peligros que amenazan constantemente a nuestro planeta. La Organización Meteorológica Mundial afirma que el pasado año superamos la “concentración más alta de gases contaminantes en la atmósfera”. Pero resulta que éste no es argumento suficiente para que dos de las principales potencias del globo (EEUU y China), que son a la vez casualmente las máximas contaminantes, se pongan de acuerdo sobre un tema tan candente como son las emisiones de CO2 a la atmósfera. Fracasa de esta forma (y de antemano) la cumbre del cambio climático de Copenhague, y el calentamiento global va camino, un año más, de volver a batir todos los récords.
No hace falta, sin embargo, mirar tan lejos para darse cuenta de que el panorama no es del todo alentador. España es el segundo mayor productor mundial de bolsas de plástico (sólo superado, también casualidad, por China). Estas bolsas, en tanto que están compuestas por sustancias derivadas del petróleo, pueden tardar más de medio siglo en degradarse. Aunque no son todo malas noticias. Carrefour y algún otro supermercado de nuestro país se han apresurado a lanzar campañas medioambientales en contra de las bolsas de plástico. Quizá la más conocida sea la de dicha cadena, presente en gran parte de los medios de comunicación bajo el lema de “Bolsa caca”. Pues bien, resulta curioso observar cómo esta campaña, que nace en época de crisis, le permite a Carrefour ahorrarse nada menos que cinco millones de euros al año. Dejar de producir bolsas le comporta principalmente, pues, un beneficio económico a la vez que se cuelga la medalla de empresa “respetuosa con el medio” y propone alternativas, curiosamente todas ellas (bolsa de rafia, bolsa biodegradable y bolsa de nylon) también de plástico.
Y el panorama sigue siendo igual de desalentador si miramos incluso más cerca. En nuestra propia ciudad se está produciendo un terrible atentado contra el ecosistema del que no somos conscientes. No sólo con las destrucción de los barrios marineros del Cabañal y Nazaret, sino también ahora con la propuesta del Consell para crear un tranvía por el Parque de l’Albufera. Esta línea de transporte conectaría la ya (por fin) acabada Ciudad de las Artes y las Ciencias con la zona del Palmar, y en un futuro podría ampliarse hasta Cullera. Una vez más, amparándose en el elástico argumento del progreso y el bienestar (¿de quién?) se antepone la dudosa utilidad de un proyecto al fuerte impacto que causará sobre una de las pocas zonas medianamente vírgenes que quedan en la comarca de l’Horta.
En cualquier caso, todos son ejemplos que confirman, como vaticina el refranero, nuestra humana condición de ser capaces de tropezar una y otra vez con la misma piedra. Empeñados en resolver los enigmáticos jeroglíficos de los nazcas, hemos olvidado que quizás el mejor mensaje que pudieron dejarnos fue su propia destrucción.
Por supuesto estimado amigo.
Viva Nasca la tierra del eterno verano
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