Basado en hechos reales
No hará tantos años de cuando nuestro querido amigo vivía en aquel pequeño, humilde apartamento situado a las afueras de la ciudad. Compartía habitación con tantos otros miembros de su especie. Sin mayor preocupación que la propia de alguien de su edad, pasaba el día con lo puesto, correteando de aquí para allá, disfrutando de las cosas más sencillas de la vida. Un pequeño bocado de energía que llevarse a la boca, unos cuantos litros de optimismo y buena música era lo único que tenía. Era feliz y con eso le sobraba.
Pasó el tiempo y un buen día alguien le habló de una nueva zona en la ciudad. Una barriada recién construida, con edificios modernos y maravillosas vistas a zonas verdes. Hacía tiempo que había dejado de lado la buena vida en busca de su primer empleo. Un sueldo más que aceptable y algún que otro romance pasajero que había acabado en nada le hicieron replantearse algunas cosas.
Así pues, buscando algo de estabilidad, una mañana cualquiera recogió sus bártulos, pidió un crédito bancario y tomó rumbo hacia una nueva vida. Se despidió de sus amigos y también de tantas y tantas otras cosas. Se instaló en un luminoso loft, espacioso y muy bien equipado. Ella, la propietaria, lo acogió con alegría, y no tardó en brotar un vínculo especial entre ambos que pronto se convertiría en algo más que una bonita amistad.
Pero de pronto, la mala suerte vino a visitarlo. Aquel trabajo que parecía tan duradero, se esfumó, trastocando todos sus planes y dejándolo a él absorto en la más mísera incertidumbre. Ella, que veía cómo el pago del alquiler se demoraba cada vez más, empezó a tomar medidas drásticas. Le cortó el agua y la luz, e incluso amenazó con tirarlo a la calle si no revertía la situación. Todo por culpa de una maldita crisis, que llegó de golpe para interponerse entre ellos dos y para azotarle a él con tal violencia que no dudó en solucionarlo de la única manera que entonces se le pudo pasar por la cabeza.
Así, sin previo aviso y sin pensarlo demasiado, cuando las deudas a punto estaban de asfixiarle por completo, tomó la dura y difícil determinación de saltar al vacío. Lo hizo, y notó cómo el viento golpeaba su cara con una amarga dosis de realidad. Pero al hacerlo se sintió tan vivo que cerró los ojos y se preparó para todo cuanto quedaba por llegar. La noche.
Ella lo encontró a los pies del edificio, mientras agonizaba en silencio y daba con dolor los últimos coletazos de lo que había sido; un mísero pez que no encontró en las paredes transparentes de aquella pequeña pecera más que su propio reflejo. Entonces ella lo cogió en su mano, lo miró con la misma compasión de aquella primera vez en la tienda de animales, y sin más lo devolvió al agua, que mostraba ahora un triste color amarillento.