Ciudad de monos

Un frío ártico nos recibía a las puertas del viejo cauce del río Turia. Hacía ya unas horas que la noche había alcanzado la ciudad de Valencia y algunas tímidas gotas de lluvia caían sin demasiada continuidad.

Miles de curiosos se acercaban a ver la tercera edición del MTV Winter, un festival de música que ayer celebraba su tercera edición en esta ciudad. Cada año viene a deleitarnos con su música uno de los grupos punteros en el panorama internacional (siempre medido éste, claro, bajo la particular vara de la cadena de televisión norteamericana). Este año le llegó el turno a los Arctic Monkeys, una banda inglesa de indie rock compuesta por dos guitarristas, un batería y un bajista muy modernos, quizá mucho más modernos que todos los allí presentes.

Tras una breve espera protocolaria, confiando en que se llenara una de las piscinas vacías de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, empezó el espectáculo. Una buena puesta en escena, un escenario luminoso y el sonido metálico de las guitarras escondían la voz tímida de Alex Turner, que sólo se dejaba notar en las canciones lentas. Los miles de “fans” (y digo “fans” porque si el concierto no hubiera sido gratuito, habría bastado con hacerlo un poco más allá, en la rotonda donde muere la Alameda) saltaban cuando había que saltar y movían los brazos al compás de la música cuando ésta así lo requería. La gran mayoría no se sabía las letras y muchos otros chapurreaban un spanglish de andar por casa, pero todos parecían disfrutar de un ambiente vanguardista. En cualquier caso, todo lo gratis es bueno, dicen.

Pálpitos intermitentes de luces de colores iluminaban lo que parecía el escenario perfecto. Una enorme plataforma de millones de vatios se alzaba gloriosa entre l’Umbracle y el Príncipe Felipe a los lados, y l’Hemisfèric y el Ágora a norte y sur. Resultaba comprensible que el puente Jamonero protagonizara muchas más fotos que los propios Arctic en las cámaras de las quinceañeras exultantes. Pues era (es) la Valencia del siglo XXI, la ciudad moderna que todos queremos, donde lucir es mucho más importante que tener. Pero todo esto ¿a costa de qué? En las alturas, un enorme y colorido cartel en tres dimensiones, con el logo de la MTV, nos recordaba quién estaba recibiendo una cuantiosa cantidad de dinero por ubicar aquí y no allá un concierto que se nos vendía como de audición obligatoria.

Lo cierto es que estuvo entretenido. A quién le gustara el grupo inglés seguro que disfrutó con la parafernalia. Pero cabe preguntarse si ese derroche de dinero por parte de quien lo pagara era o no prescindible. Lo que no es prescindible es dejar pasar por alto el hecho de que quizá haya cosas mejores en las que invertir el presupuesto destinado al ocio y a los espectáculos. Sin ir más lejos, a más de un teatro de la ciudad no le vendría nada mal una buena reforma o, cuanto menos, una fuerte campaña de promoción.

Pero tenemos lo que queremos. O al menos lo que la mayoría dice que quiere. Por eso nadie se queja. Y por eso a los que se quejan no se les hace caso. Por eso ayer, pese al frío y a la traducción forzosa, los Monos del Ártico estaban en su salsa.

Acerca de pauborreda

Periodista y fotógrafo
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