Y llámese Ricky, llámese Pepito. El baloncesto europeo de hoy en día, por una u otra razón que no voy a ponerme a analizar, está absolutamente obsesionado de ser escaparate para la que muchos llaman «la mejor liga del mundo».
Mis detractores argumentaban que siempre es un reto jugar contra los mejores jugadores del mundo. Hace una o dos décadas, quizá fuera un argumento de peso. Pero hoy en día, esos mejores jugadores cada vez son menos (y no sólo en el aspecto cuantitativo, sino también en el cualitativo: son menos, y peores… vamos, los Gasol y compañía no estuvieron a punto de ganarles por casualidad).
En fin, realmente parece que este debate esté abocado a seguir siempre abierto. Europa es, a día de hoy, un mero escaparate de formación, una factoría de jugadores de la cual los norteamericanos podrán pescar con total inmunidad (pues es, al fin y al cabo, lo que queremos que hagan).
Yo, por el momento, dejaré la cuestión en el aire y abierta a quien, contrariamente a lo que se piensa hoy en día, crea que pueda haber una liga Europea verdaderamente competitiva a nivel mundial.
En cualquier caso, son casi las ocho y cuarto, así que voy a disfrutar de este y otros jóvenes prodigios antes de que (casi irremediablemente) nos los quiten de las manos…