Encuentro en el Estrecho

Catorce kilómetros. Podría parecer solo una cifra más. Veinte mil inmigrantes muertos en las costas. Veinte mil euros por veinte minutos de fama.

Catorce kilómetros es la distancia que separa Europa de África en su punto más estrecho. De España a Marruecos, de un mundo a otro hay apenas catorce mil metros que se pueden salvar fácilmente con la mirada en un día despejado.

Dos universos paralelos que algún día se tocaron y que ahora se observan con el mar como único juez de paz. Eso son catorce kilómetros. Y cero, cero es la distancia que separa el azar de esta realidad, a veces tan irónica.

Todo sucedió en el trascurso de esas horas que despiden el atardecer y acogen el alba. Desde el otro lado del Estrecho llegaba el ensordecedor murmullo de la noche. Era la hora de partir.

La luna llena servía de guía en un mar en calma. Sin saberlo, las dos embarcaciones se lanzaron al agua a la vez, desde playas prácticamente tocantes. Una de ellas contaba con toda la tecnología necesaria para atravesar ese pequeño charco en menos de una hora. La otra, abandonada a su suerte, debía esperar que las olas, los vientos y demás misterios del mar no la abocaran hacia un desenlace fatal.

Era media noche cuando sus focos se cruzaron. Justo en mitad del Estrecho, donde a pesar de la estrechez geográfica no se atisbaba tierra por ninguno de los cuatro costados. Pararon por un instante sus motores y se miraron fijamente.

Qué irónica, cruel y desgarradoramente caprichosa es la vida a veces, pensó el narrador de esta historia, al tiempo que seguía imaginando qué hacer con estas dos embarcaciones en las siguientes líneas. El marcador de texto parpadeaba, esperando nuevas órdenes, y no quedaba mucho tiempo, pues en el horizonte, el sol amenazaba con traer consigo un nuevo amanecer.

Mientras, allí, con el vaivén de las olas como único testigo, todos flotaban. Veinte inmigrantes y tres motores lo hacían en una patera que crujía con cada caricia del mar. Y tres jóvenes y veinte fardos en una goma hinchable perfectamente equipada. El último grito del narcotráfico en el Estrecho cara a cara con la más cruda realidad de las paradisíacas playas de Tarifa.

Todos, cada uno a su manera, igual de desdichados, contemplaban la escena en silencio. Hasta que, de pronto, una ola reprendió el rumbo de los primeros, mientras que un golpe de timón acompañado por un rugir eléctrico del aparato hizo lo propio con los segundos.

Pobres desgraciados los veintitrés que esa noche atravesaron el Estrecho, con la única salvedad de que unos eran bien conscientes de su condición, y los otros seguían persiguiendo quimeras en coches de lujo creyéndose más listos que el mismísimo destino.

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Acerca de pauborreda

Periodista y fotógrafo
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