Aquel día de verano de 1945, Hanako jugaba fuera. El calor había conseguido derretir hasta su propia paciencia.
A pesar de ello, él seguía, como cada mañana de agosto, lanzando con rabia contenida esa pequeña pelota que parecía de plomo. La pared resistía, con resignación, cada uno de los golpes.
De pronto, una oscura nube se abalanzó sobre él. Y sin preguntar, vació con violencia una lluvia negra que dolía solo con olerla. Era tan densa que parecía querer llevarlo consigo.
Esa lluvia vestida de muerte.
De una muerte que, media hora antes, unos kilómetros al sur, caía del cielo sobre Hiroshima.
Pobre Hanako 😦
Cuando he visto el nombre del protagonista creía que habías caído en las redes de Murakami pero al final he advertido, felizmente, que era necesario ese nombre para que la historia fuera congruente.
Buen post, amigo.
Andrés