A ella. A ti
La ciudad lo recibe fría y extraña. El sol, cada vez más cerca de apagarse, todavía tiene fuerzas para impactar directamente en sus ojos y cegarle la vista. Tiñe un paisaje pictórico, con el cielo en llamas a un lado, y congelado por el azul polar, morado, casi negro al otro. La luna, perfectamente redonda, brilla con fuerza, muy por encima del bullicioso tráfico, que no cesa a esas horas. Las prisas por ir se han convertido ahora en las prisas por volver, nueve o diez horas más tarde. Todo transcurre a un ritmo frenético, aunque parece detenerse el tiempo cuando él lo atraviesa con su moto. De pronto la luz verde anuncia un rugido, y dos hojas secas se levantan a su paso, bailando una danza mágica durante un breve instante. El frío, corriendo por su ropa, le recuerda a ella. A aquellas noches de invierno en que jugaban a perderse entre las sábanas. Justo allí, en el abismo que separaba las dos camas, se encontraban sus manos. Y luego sus labios. Y con pasión combatían el helor de aquella oscura habitación.
Mientras conduce de memoria por las mismas calles que siempre, le vienen a la cabeza infinidad de recuerdos. Un primer beso, un primer viaje, la tarta de queso con sabor a tímida inocencia. Un día en la playa, los ojos cerrados y la suave brisa jugando con ellos, juntos los tres en la sombra, hablando sin hablar, escuchando en silencio el susurro de cada ola que moría en la orilla. También los reencuentros cargados de emociones, y aquel terrible adiós en la estación que parecería el último. La Alhambra que nunca vieron, los canales y el Big Ben mezclándose con el azúcar de aquel mojito a los pies de África, iluminada, desconocida e inmensa. Las dulces sorpresas y las amargas punzadas en el estómago cargadas de una buena dosis de cruel realidad.
Se detiene en un semáforo con un nudo en la garganta. A su lado, la ventanilla bajada canta los primeros acordes de aquel Contigo, sin ti, de Sabina, que no escucharían. Y arranca sin pensarlo. Y huye, como los días, que pasan sin orden ni sentido. Como pasan los meses, como se suceden los dolores de cabeza y los desvelos. Como pasa la vida. Y piensa entonces en aquella cala, que ahora está desierta. Hace callar el motor en la puerta de su casa, pero el ruido no cesa. La ciudad ya muestra una noche negra, negra noche, no me trates así. En el horizonte de Saona aún no se ha puesto el sol.