¿Y tú de dónde vienes?, me preguntó con un cierto tono de prepotencia. Aproveché los eternos segundos de silencio que siguieron a aquella primera y violenta toma de contacto para detenerme a mirar a mi alrededor. Era incapaz de recordar cómo había llegado hasta esa lúgubre habitación repleta de papeles desordenados, álbumes de fotos y discos de música antiguos. Un perfecto caos dispuesto cuidadosamente en cuatro estanterías que cubrían del suelo al techo las paredes. Tan solo quedaba espacio para una ventana y una puerta que permanecían cerradas. Estaba anocheciendo, y la poca luz que conseguía llegar hasta nosotros apenas me permitía distinguir el rostro de mi misteriosa acompañante.
¿Recuerdas aquellas páginas web que se pusieron tan de moda hace algunos años, en las que podías hacer tu pedido de comida y te lo traían a casa? Sí, afirmó. Pues en una de esas trabajaba yo, le conté, esperando una segunda respuesta que no se dio. Quebró al poco tiempo de empezar, y desde entonces no he vuelto a saber nada más de mis antiguos compañeros, tuve que añadir, obligada, para no prolongar todavía más ese incómodo vacío que dejaban nuestras palabras. Me llamo ÁfriKa, por cierto, dije esperando que ella también me revelara su nombre. Y lo hizo: yo soy 27006513-J. Qué nombre tan extraño, y tan incómodo de pronunciar, contesté. Tú tampoco puedes hablar, guapa, me espetó. Y después de una pequeña pausa, añadió: Puedes llamarme J.
Las horas se fueron sucediendo, y tras su paso dejaron una oscuridad cerrada y fría. Continuamos hablando a ciegas, lanzando nuestras palabras por aquel vacío negro, esperando sin suerte que llegaran a buen puerto. Hasta que por fin nos quedamos dormidas.
El día llegó de pronto, y con la primera luz recordé algunas partes inconexas de la conversación de la noche anterior. Supe que ella ejercía de administradora en un foro de moda y belleza. Aquello de los foros encontró su final tan pronto como había encontrado su éxito. Me contó poco más de su anterior vida.
Los días pasaron lentamente. Matábamos el tiempo leyendo, mirando fotos. Aquel lugar estaba lleno de documentos, muchos de ellos de carácter personal. Pero su dueño nunca apareció para reclamarnos nada.
Llegó un día en que ya lo habíamos devorado todo. Justo en el momento en que cerré la última página del último libro se abrió la puerta. Una intensa luz azul nos cegó durante unos segundos. Entonces lo supe. Era él, el mail de confirmación que durante tanto tiempo había estado esperando. Se acercó a mí, y con una dulce voz me preguntó al oído: ¿eres ÁfriKa? Asentí enérgicamente. Y él simplemente pronunció las palabras con las que tantas veces había soñado. Tu usuario ha venido a por ti. Te ha encontrado. Acompáñame.
Mientras abandonaba aquel lugar, aliviada y orgullosa por tan agraciado destino, eché la mirada atrás para ver por última vez a J. Entonces supe que tan solo era una contraseña más, una de tantas en la red, que continuaba esperando al usuario que algún día la perdió.