Mi vecino de arriba, Tomasín, al que todavía le sobran dedos de la mano para contar las velas que sopla, es un auténtico fanático del fútbol. Desde que mi padre comprara la nueva tele de plasma las navidades pasadas, las visitas de Tomasín los domingos por la tarde se han convertido en toda una tradición. Al oír su correteo inquiero escaleras abajo, acudo a abrirle la puerta y lo encuentro con su tímida sonrisa, repeinado y recién salido de la ducha, bien preparado con la bufanda de su equipo para ver el partido (bufanda que, por cierto, combina nefastamente con ese hortera pijama a rayas que su madre le regaló por su primera -y seguramente última- comunión).
Este domingo, como todos, acudió Tomasín puntual a su cita con mi sofá. Pero lo hizo, para sorpresa nuestra, vestido de una forma totalmente inusual en un crío de su edad. Traje, corbata y zapatos en perfecta armonía con un maletín de cuero negro.
Todavía no habíamos podido articular palabra cuando Tomasín se sentó en el sofá, puso los pies encima de la mesa y con tono decidido explicó, «Quiero ser Presidente». «¿Presidente?», pregunté extrañado. Y él, que hasta el momento se desvivía por parecerse hasta en el andar a su ídolo Leo Messi, contestó, «Presidente de un club de fútbol». Miramos el partido, atónitos, mientras escuchábamos sus monólogos sobre salarios y negociaciones. En la media parte, el muy sinvergüenza, se encendió un puro.
Pero pronto supimos que esta extraña conducta no lo era tanto como pudiera parecer. En su colegio ya nadie jugaba al fútbol en el patio. «Andrés quiere ser agente inmobiliario, y Juanito constructor», explicaba entre bocado y bocado mientras el aceite le chorreaba por la boca y la barbilla. «No deja que nadie juegue con su camión-excavadora, su cubo, su rastrillo y su casco amarillo, apuntando en su libreta nuevos planos y proyectos”. María es la única que lo sigue a todas partes, le apunta en la agenda los deberes que tiene que hacer, y habla con su madre si algún día se olvida el bocata. “Ella lo que quiere es ser secretaria», nos cuenta entusiasmado Tomasín.
«Pero mi mejor amigo, Antonio, él sí que sabe», continuó la criatura. «Este año se encarga de recoger el dinero de las excursiones. Es tan bueno que incluso de vez en cuando nos da una golosina a cada uno. Dice que quiere ser corrupto, aunque ninguno sepamos muy bien lo que eso significa. Eso sí, desde que él es el delegado de la clase, o el tesorero -como prefiere que le llamemos- todavía no hemos hecho ningún viaje…». De fondo oímos el pitido final del partido.