No tuvo bastante, el hombre, con desearnos una feliz cena en Nochebuena. Apoyado (o atornillado, quién sabe si todavía está ahí, el pobre) sobre la mesa de su escritorio, el Rey nos sorprendía este año con una puesta en escena de lo más atrevida. Cazado por el más riguroso de los directos mientras ojeaba unos papeles (menuda interpretación, oiga), jugaba con la cámara a cada cambio de plano. Todo un animal televisivo a la altura de los más grandes.
Con aquel tono lánguido y pausado, casi convaleciente, sus palabras se entrelazaban formando una musiquilla que acompañaría la entrada a la mesa del marisco en muchos hogares. Pero, como digo, no tuvo bastante.
La Casa Real, empresa líder en esto de la publicidad, todavía tenía un as guardado en la manga para hacerse con el tan ansiado prime time navideño. Una entrevista en exclusiva concedida a la siempre tan independiente y rigurosa TVE. No había pasado ni un mes y ya lo veíamos, de nuevo, copando nuestras pantallas. Sometido a un exigente e inquisitivo cuestionario que bien podría estudiarse en las escuelas de Periodismo de todo el mundo, el Rey salió airoso, una vez más, de su encuentro con el gran público. Y no solo eso, reforzado incluso. El muy guasón nos hizo ver a todos que todavía le quedaba cuerda para mucho, y que no se planteaba, ni por asomo, abdicar (¿qué nos habíamos pensado?).
Pero ahí no acaba la historia. Una nueva aparición (la tercera en menos de una mes), esta vez en la Pascua Militar, para decir una vez más que se encuentra divinamente. Ni las aventuras por África, ni un yerno bastardo, ni los innumerables tropiezos y sus consiguientes operaciones han podido con él. ¿No será inmortal?
El caso es que hoy han venido a visitarnos otros reyes, estos un tanto especiales. Y al acabar la comida, en una de esas tradiciones que, como tantas otras, se repiten todos los años por estas fechas, yo mismo he sido coronado Rey, después de sobrevivir (no sin esfuerzo) a un atragantamiento por culpa de una maldita figurita de plástico. Y lo cierto es que, al ponerme la corona, me han entrado unas terribles ganas de dedicar unas solemnes palabras delante de una cámara. O, mejor aún, de coger una escopeta y pegarle un par de tiros al primer elefante que pasara por el salón de mi casa.