Todos los años, más o menos por estas fechas, crece en el centro de la Alameda de Xàtiva un belén único en el mundo. El belén de Xàtiva difícilmente puede ser descrito con palabras. Merece la pena visitarlo in situ y poder deleitarse con tan singular obra de arte. Lo que empezó siendo un pequeño y tradicional portal con las figuras a tamaño real, poco a poco ha ido recibiendo la visita de burros, gallinas y ocas reales. Labradores, artesanos, mercaderes de cartón. Tampoco podían faltar los Reyes Magos. Ni por supuesto el inconfundible cagaoret, que en este caso es un ninot de metro ochenta y noventa kilos, de cuyo trasero cuelga una inacabable longaniza negra que se desliza arriba y abajo, de manera continuada.
En las cercanías del portal hay también un pequeño huerto con hortalizas. Y el plato fuerte de la falla. Un río con patos. Lo mejor de todo es que, siguiendo la tónica del resto del belén, algunos son reales, y otros son de plástico. El término surrealista parece quedarse corto. Pero no tiene desperdicio ver a ese pobre pato, perdido, desubicado, arrastrado sin rumbo por el devenir de las aguas. El pato de plástico es el gran protagonista de la escena. Es, con diferencia, mi actor preferido. Quizá porque representa mejor que cualquier otro aquello del espíritu navideño.
El pato de plástico simboliza la gran mentira de estas fiestas. Significa que la magia y la ilusión no son más que los grandes carteles con que titulamos estos días de engaño consentido. Mentiras piadosas, por hacer feliz a un niño. Pero mentiras, al fin y al cabo. El pato de plástico me gusta porque me recuerda a las figuritas del belén que solíamos poner en el mueble del comedor. Un pollo transgénico del tamaño del buey. Unos camellos mutantes más altos que las casas del pueblo. Un río de papel de aluminio que bajaba de una montaña de cartulina. El niño Jesús amputado de un brazo, y la Virgen María defectuosa, incapaz de mantenerse en equilibrio si no era apoyada en la mula. Una palmera coja que a mí me gustaba colocar en la esquina de la estantería. Y un ángel anunciador con una cara de felicidad un tanto sospechosa.
Toda una farsa, en fin, oculta bajo la alegría y las buenas intenciones que se adueñan ahora incluso del rostro más huraño. Porque la Navidad es una fiesta mágica, capaz de transformar al arisco en agradable, experta en hacer olvidar las malas caras y dejar de lado las diferencias, doctorada en el arte del perdón, reina de la mentira, maestra en el engaño. Por eso me gusta el pato de plástico del belén de Xàtiva. Porque nos recuerda que todos, en alguna u otra parte, tenemos escondido un trozo de ese pato podrido. Porque la realidad, aunque tapada por Navidad, está llena de plástico.
Imagen real del pato de plástico del belén de Xàtiva
La Navidad, desprovista de las connotaciones religiosas spirituales que para los creyentes tiene, es puro plástico, cartulina, cartón piedra y, como mucho, luces de de colores….Vanidad, apariencia,… y grandes almacenes. A pesar de ello, ¡¡Feliz Navidad!!. Un abrazo. Ramón Barreiro.
Baaaah… pues a mi me gusta la farsa. Soy feliz con mis lucecitas de colores y mi plástico por fuera. Yo no soy religiosa pero sí compradora compulsiva, y ésta es una gran época para eso jaja. Así que para de hacerme sentir mal, que últimamente se te da muy bien.
PD: Ayer vi al mono de la casa de pinturas vestido de papá noel, y también se le veía más joven y más feliz.
Yo.
¡Que más da!la navidad lo único que hace es hacernos sentir la falsedad, pero la falsedad existe durante todo el año.
De todas formas me gusta la navidad, por que de pequeña no veia nada falso y estad fechas me hacen revivir esas emociones.