Coleccionar. Recopilar pequeños trocitos de realidad con el afán, quizá, de dejar un legado más allá de nuestra efímera existencia. Pero, ¿a qué se debe esta anhelo insaciable? ¿Por qué empeñarnos en perdurar para siempre? ¿Por qué no conformarnos con lo fugaz? Dudo que haya nada más bonito que no ser eternos. Y sin embargo, gastamos gran parte de nuestro tiempo en hacernos con infinidad de frivolidades con la única pretensión de que queden, bajo el sucio polvo, intactas para siempre. Para que, al menos, lleven nuestro sello cuando dejemos de poder ponerlo.
Las colecciones suelen ser, por lo general, trivialidades sin mayor sentido que el que el propio coleccionista quiera darle. Hay quien colecciona monedas de países con el deseo de poder visitar algún día. Otros reúnen autógrafos de ídolos con los que rara vez podrán intercambiar palabra alguna. Posavasos, los melancólicos de los bares. Zapatos, los fetichistas de los pies. Mapas, discos, películas, aviones de guerra en miniatura. Los hay que prefieren llenar los armarios con camisetas deportivas. Las estanterías, de libros y, sólo quien pueda, de trofeos. Colecciones hay para todos y de todos los gustos, más o menos ambiciosas, más o menos frikis.
Pero lo cierto es que aún no he conocido a nadie, por original o por raro, capaz de tener una colección similar siquiera a la que mi padre guarda, con cariño, en la estantería que encabeza su cama. Mi padre colecciona aire. Lo guarda en pequeños botes, en frasquitos que lacra y etiqueta con suma delicadeza. En ellos escribe el nombre del lugar al cual robó aquel preciado tesoro y el año en que lo hizo. La lista, aunque limitada, reúne rincones tan bellos como recónditos.
En los botes hay aires que hablan francés, inglés, català, euskera, alemán. Aires empapados del Niágara, aires que han surcado los canales de Brujas y subido hasta Notre Dame. En los frascos hay recuerdos, fotos, largas caminatas. Si te fijas bien, puedes incluso creer ver esas ciudades por dentro, recorrer su esencia tan sólo con un leve parpadeo. De pequeño, solía mirar, asombrado, desde esa cama, cada uno de los botes, preguntando a mi padre por la ubicación de aquellos desconocidos lugares, imaginando estar allí sin saber nada más de lo que una etiqueta decía.
¿Qué recuerdos pretendía mi padre arrebatarle a la memoria con aquellos frascos? Alguna vez leí que algún presocrático hablaba del aire como el origen vital, lo que los griegos llamaban “arjé”. Quizás fueran por ahí los tiros, dadas las rarezas filosóficas del coleccionista. Puede que una colección tan absurda no sirva más que para recordarnos lo absurdo de cualquier colección. De cualquier manera, acabamos siendo lo que coleccionamos. Acabamos, en fin, coleccionándonos a nosotros mismos. O, en otros casos, nos coleccionamos unos a otros. Y lo peor que nos puede pasar es ser la colección de alguien. Recibimos de nuestros mayores sus colecciones. Los hay que tendrán en su salón una preciada pinacoteca. Yo… unos frascos de aire. Pero que no se olviden: quien respira último, respira mejor.
Me has tocado la fibra Pau. Yo de pequeño coleccionaba todo. Y cuando digo todo es todo, era enfermizo. Ahora aún guardo con cariño colecciones enteras de la NBA del año 92/93 y cosas por el estilo.
Por otro lado, me encanta como escribes. Enhorabuena.
Sabes que mi visión cursi del asunto molaba más. Aunque tú digas que «no tocara»… yo estaría desesperada por abrir destrangis uno de esos frasquitos por ver si huelen a algo especial o si desprenden una pequeña alma o algo así jaja. El problema es que, aunque al cerrarlos no se notara nada, mi conciencia no me lo permitiría. Estaría rompiendo la esencia de la colección, nunca mejor dicho.
PD: mataría por ser de las que pueden coleccionar zapatos.
Trivialidades, trivialidades…., no siempre, no creas…Yo conozco alguno que colecciona billetes de 500 Euros….
En cualquier caso, me gusta más, mucho más, la colección de aires, buenos aires. Curiosa colección, desde luego, pero muy entrañable y emotiva, a la vez que, valga la redundancia, etérea. Esos frasquitos guardan la esencia de los mejores recuerdos. Un abrazo. Ramón barreiro.