Buffet libre

Es curioso. Dedicamos gran parte del invierno a cuidar nuestra figura, cegados por aquello que algunos llaman Operación Bikini (supongo que de forma errónea, pues aún no he visto a ningún hombre, por muy metrosexual que sea, luciendo una de estas prendas). Hacemos ejercicio, vigilamos bajo lupa nuestra dieta y no nos permitimos ni un solo capricho hipercalórico.

Cuando se acercan los meses decisivos, a escasas semanas vista del examen final que supondrá julio y agosto, muchos optan por un sprint final en la alocada carrera hacia la vigorexia. Ellos; arroz blanco, clara de huevo y batidos de proteínas. Ellas; ensaladas y productos light. Parece ser que todo vale con el fin de poder lucir el cuerpo perfecto.

No obstante, llega el verano y muchos de estos maniquíes hormonados viajan a exóticos destinos. Playas paradisíacas en que poder sacar a relucir el sacrificado trabajo de todo un año. Hoteles con jacuzzi, piscinas y hamacas con vistas al mar. Su particular paraíso, salvo por un detalle. El más temido de los monstruos. El único capaz de desafiar todas las leyes del colesterol…

El buffet libre, estrella invitada tanto en hoteles de lujo como en alojamientos para guiris, es el causante de largas colas, prisas y nervios por hacerse con un animal de cada especie, como si el restaurante si hubiera transformado en la mismísima Arca de Noé. Pero que los filetes estén secos, el pan duro o la sopa insípida poco importa. La calidad de la comida no suele ser, salvo excepciones, motivo de preocupación para todos aquellos que deciden tirar al traste la operación bikini en estos comedores. Tan sólo se busca la cantidad. Cuanto más, mejor. Y si para ello es necesario que el arroz al horno comparta plato con la tarta de chocolate, que así sea.

Algunos asiduos a este tipo de manjares, no vacilan ni un instante a la hora de cometer auténticos crímenes contra la lógica de la buena dieta. Extra de salsas, platos interminables de pasta, montañas de patatas fritas, hamburguesas triples y huevos fritos con bacon en el desayuno. Pasamos más tiempo de pie que en la mesa. El hecho de sentarse a comer es un mero trámite para poder terminar con un plato e ir inmediatamente a por otro. Un viaje tras otro, de la silla a la cocina, y posteriormente al baño hasta acabar exhaustos.

Por suerte, llega el día de volver a casa. Para algunos melancólicos resulta duro saber que no podrán volver a tomar siete creeps en el desayuno, al menos hasta el verano siguiente. Otros vuelven impacientes por comer de nuevo ensaladas, frutas y verduras. En cualquier caso, todos deberán enfrentarse a la maldita báscula, la única con agallas suficientes para decirles lo gordos que se han puesto sin riesgo de sufrir las consecuencias. Después de admitir tan cruda realidad, toca seguir el protocolo y empezar a enfrentarnos, una vez más, contra los botones del pantalón y las camisetas ajustadas. La operación bikini comienza de nuevo su curso y se repite, año tras año, de manera irremediable. Otra vez a perder esos kilos que un vil buffet nos devolverá con intereses las próximas vacaciones. Y así, por la senda del sinsentido, caminamos a tientas en busca de un engañoso cuerpo ideal que sólo existe en la ficción publicitaria. Quizás no nos quede más remedio que aceptar ese michelín de más como un souvenir de nuestro último viaje veraniego.

 

Acerca de pauborreda

Periodista y fotógrafo
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Una respuesta a Buffet libre

  1. Anonymous dijo:

    maldita sea. cuánta razón junta. y qué hambre de hacer el guarro me ha entrado. Eso sí, luego iré al gimnasio jaja.

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