Porque nunca está de más recordar que tras el color de la piel, la religión o la lengua, hay personas. Juanvi Blázquez nos regala con su segunda colaboración un artículo que debería hacernos recapacitar sobre muchas actitudes, prejuicios y valores. Gracias, amigo.
Mi respiración se mantenía agitada hasta que llegué al banco más cercano para hacer un ingreso. Allí, sólo pude suspirar y recuperar poco a poco el aliento. Me esperaba una cola de quince personas hasta la única ventanilla abierta de la que disponía la entidad debido a la gastroenteritis inesperada de uno de sus empleados; esto, lejos de deprimirme por no llevar en ese momento un aliado con algunas hojas, me animó a observar con detenimiento a todos los que allí se encontraban.
El colorido era inmenso en aquella cola única: pañuelos, pantalones cortos, tatuajes, morenos, claros, rubios, pequeños y grandes. Desde luego, era una buena muestra de la aldea global que nos rodea. Pasados unos cinco minutos entró una mujer, bajita, de unos cincuenta años y con unas muletas, debido a que tenía una minusvalía en uno de sus pies. Casi todos, hicimos el mismo gesto, miramos a la mujer, y ensimismados volvimos nuestra mirada de nuevo al infinito de la desconexión emocional, al infinito que tantas y tantas veces nos han enseñado a tomar en la mayoría de situaciones que se salen de la “normalidad”. Y digo que casi todos, porque otra mujer, de tez oscura y pañuelo envuelto en la cabeza no lo hizo. Esa mujer reflejó en sus ojos algo que va más allá de toda la descripción que antes he hecho, reflejó empatía, reflejó humanidad, reflejó emoción.
Todos se quedaron atónitos al ver esa mujer haciendo un gesto que invitaba a la mujer con minusvalía a pasar la segunda en esa cola, y tras ese estado de atontamiento momentáneo acompañaron con un gesto la propuesta de la mujer de tez oscura para que la mujer con la minusvalía pasara.
Posteriormente sus caras cambiaron, yo las observaba y ya no parecían mirar a ninguna parte, se les veía pensativos. Posiblemente ese hecho les reconectó a lo que somos, seres humanos.
Cuando la mujer de tez morena y pañuelo en la cabeza acabó, al pasar por mi lado le pregunté, ¿de dónde es?, a lo que ella me preguntó, ¿se refiere a donde nací o de dónde soy?, yo, algo sorprendido todo hay que decirlo, le sugerí que me respondiera a ambas preguntas, a lo que ella cortésmente me respondió, -nací en Israel, pero soy ciudadana del mundo.
Este hecho, ocurrió, y ocurrió enfrente de mis narices, aunque estoy seguro que sucede más a menudo de lo que pensamos, únicamente es necesario observar y reflexionar.
Es bueno prohibir lo injusto, lo banal, lo que coarta las libertades independientemente del sexo, pero es mejor aún potenciar aquello que nos une, aquello que es ejemplo más allá de un color, de una ropa, de una lengua y de un país. Y sí, me gustaría que todo aquello que nos une también se viera reflejado en una ley, en una propuesta, o en la misma constitución.
¡Buenas noches, y buena suerte!
Juanvi Blázquez Garcés