2×1

Resulta curioso cómo, al llegar época de rebajas, nuestra única preocupación es consumir. No importa cuál sea la coyuntura económica, no importa nuestro estado de ánimo, ni siquiera importa si aquello que vamos dispuestos a comprar realmente sea algo que necesitemos de verdad.

Asímismo, resulta también curioso cómo el propio sistema es capaz de crear esa necesidad en las personas, ese «vacío» que sólo puede ser llenado mediante el consumo, no importa de qué ni por qué. Lo único que cuenta es gastar, comprar, consumir.

¿Cuántas veces hemos oído, a algún amigo o conocido, aquello de «joder, llevo toda la tarde de compras y todavía no me he comprado nada»? Quizá sea porque no necesites nada. Pero, entonces, ¿por qué esa obsesión por la compra?

Recuerdo que no hace demasiado pude leer en uno de esos folletos de propaganda algo así como: «Televisor de 42 pulgadas, con TDT incluído y altavoces con sistema de sonido envolvente. Necesario para poder disfrutar de todos los contenidos audiovisuales en el salón de tu casa».

Pero, ¿cómo que necesario? ¿Quién eres tú, más que un simple folleto arrugado, para aparecer de pronto en mi buzón y decidir por mí lo que me conviene y lo que no? ¿Quién mejor que yo va a saber qué necesito y de qué cosas puedo prescindir?

Si nos fijamos, es increíble la cantidad de anuncios, publicidad y mensajes que están escritos bajo esta misma lógica; tratando de imponer necesidades en los consumidores que no tienen por qué corresponderse con sus propios intereses. De esta manera, no es difícil entender a todas aquellas personas que hacen cola la mañana del día uno de julio, a las puertas de unos grandes almacenes…

Es tan sorprendente esta identificación de los intereses del sistema con los intereses de los individuos, que resulta incluso cómico la figura de los que a mí me gusta llamar «dependientes de incógnito».
Ahora, al ir una tienda, ya no te atiende un señor o una señora uniformada, inequívocamente empleado/a del establecimiento. Ahora, al ir a comprar (sobretodo a tiendas más dirigidas hacia un cliente juvenil), no hay dependientes. Tan sólo hay una decena (en el mejor de los casos) de jóvenes disfrazados de incógnito; con los vaqueros rasgados y una camiseta moderna, que se pasean mirando y, de vez en cuando, doblando ropa. Cuando menos te lo espera, se acercan mirándote como si te conocieran de algo y, con una sonrisa vacilona te susurran:

«Si necesitas cualquier talla, dímelo, vale? Yo estaré por aquí».

Ejemplo de «dependienta de incógnito»

Acerca de pauborreda

Periodista y fotógrafo
Esta entrada fue publicada en Blog, Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

¿Te ha gustado? ¡Comenta y comparte!

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s