Hotel, dulce hotel

Es media tarde en la ciudad de Valencia. Todavía luce un sol radiante, pero las temperaturas no acompañan. El temporal ha azotado la península y el frío ártico se adueña de las calles. Napo, Mirinda y toda la familia de chimpancés del Bioparc toman un té caliente a la sombra de un inmenso pedrusco. A lo lejos, el caimán se los mira, indiferente, mientras se relaja con un baño en aguas termales. De entre las burbujas emerge el hipopótamo, y nuestro simpático reptil, al verlo, no puede evitar sonrojarse. La comunidad felina recibe un masaje antiestrés de la mano de sus cuidadores. El rey de la selva se somete a un tratamiento terapéutico con jabones y sales con propiedades curativas. Justo detrás están las hienas, las más listas de la clase, dándose un banquete de chocolate con churros. Como su amigo el gato, se están poniendo las botas.

No es el nuevo spa para animales patrocinado Greenpeace. Tampoco estamos leyendo una de las famosas Rondalles del maestro Enric Valor. Es la nueva realidad del zoológico valenciano. Preocupados por las bajas temperaturas de este primer mes de enero, los responsables de este parque temático multinatural han decidido extremar los cuidados de sus animales. Así, este nuevo año estrena nuevas instalaciones eléctricas, sistemas de calefacción, placas solares para regular la temperatura del agua, estrictas dietas con bebidas y comidas calientes… Ni en los mejores hoteles, oiga. Eso sí, también es cierto que se ha reducido el horario de visitas, las luces se apagan antes, y los animales tienen prohibido salir a pasear a recintos abiertos con temperaturas inferiores a los 13º C. Más que hoteles, quizá sería mejor referirnos a centros geriátricos, donde todo cuidado es poco.

En el caso de esta empresa, que se vende como un hábitat natural (de cartón-piedra y en pleno corazón de la ciudad, pero natural), parece que todos estos mimos son, en cierto modo, algo exagerados o, si más no, del todo prescindibles. Pero resulta inevitable cuando es el antropocentrismo el que sigue imperando, después de unos cuantos siglos, como la ideología de la sociedad moderna. Es la concepción de la naturaleza como algo puesto a nuestro servicio para nuestro uso y disfrute. De esta forma se justifica una actitud que, por natural (término que en este contexto cae en la falacia), no deja de ser cruel, egoísta e intolerable: el hecho de pagar una entrada para ver cómo las fieras se han convertido en marionetas.

El tíquet que nos acredita como espectadores de este circo hace que contribuyamos a su puesta en escena y asumamos nuestro rol dentro del mismo. Así, con un cartón de palomitas en una mano, y un globo de helio en la otra, animamos al rinoceronte a no estar impasible en su bañera, golpeamos el vidrio del acuario de los tiburones, suplicamos que el simpático loro repita nuestro nombre, o tratamos de enfurecer al león para que despierte de su siesta. Todo ello con una naturalidad tristemente inocente, y respaldados por el apoyo de una norma social tan interiorizada que resulta de impensable cuestionamiento. La naturaleza antinatural sigue su curso por la vía de la irracionalidad.

Por su parte, difícilmente todas esas personas que día a día, e ingenuamente, velan por la seguridad y el bienestar de sus fieras se hayan parado a pensar que estos muñecos de trapo, ya privados de toda condición de salvajes que pudieran tener antes de ingresar en su jaula particular, lo que realmente prefieren es, más allá de recibir masajes y baños relajantes, comer hormigas con una pajita de caña de bambú, desparasitarse, rascarse el trasero y vagar a sus anchas por su verdadera casa, muy lejos de Valencia.

Acerca de pauborreda

Periodista y fotógrafo
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