Nunca fue protagonista. Siempre en un segundo plano. A veces ni eso.
Pero no le importaba. Ya no.
Había asumido e interiorizado la condición de su existencia. Por fin había comprendido su razón de ser. Estaba preparada.
Sumisa, fácilmente adaptable a cualquier entorno, con el tiempo había desarrollado la habilidad de ser, a veces esquiva y huidiza, y otras una presencia infinita, tan grande e imponente que solo nombrarla provocaba pavor.
Cuando por fin, después de años de preparación, estuvo lista para trabajar, no pudo tener más mala suerte. Le había tocado ser la sombra de un vampiro.