El camión de la basura

Siempre he tenido la cama junto a la ventana. De pequeño, o quizá no hace tanto, tenía la sana costumbre de irme pronto a dormir. Soy de las personas que no se duermen con facilidad, pero siendo un niño lograba conciliar el sueño antes incluso de que pasara por mi calle el camión de la basura.

Los días que no conseguía dormirme a la primera, lo esperaba, boca arriba y con los ojos bien abiertos. Quieto, inmóvil. Ansioso por que pasara, y se llevara tras de sí aquel ruido infernal. Se lo llevara, y entonces yo pudiera descansar tranquilo.

Cierto es también que de niño, como muchos otros supongo, era un tanto paranoico. El día que no pasaba, o que pasaba más tarde, miraba el reloj. Un minuto, también al siguiente. Esperando nervioso. Contando intranquilo las pocas horas de sueño que me quedaban. Entonces me movía, de un lado a otro de la cama. Empezaba a sudar en frío y ya sabía que aquella noche, como tantas otras, me había desvelado.

Al camión de la basura se le oía desde que entraba por el final de la calle hasta que salía bordeando mi ventana. A cada parada, el mismo ruido. El camión se paraba junto a un contenedor, bajaban dos basureros, lo cogían y lo acercaban a la cola del vehículo. Éste se lo tragaba, rugía y devolvía uno nuevo. O quizá el mismo, pero mucho más limpio. Ahora, pese a ser todo mucho más mecánico, sigue conservando aquel punto de magia que tanto me fascinaba.

A veces contaba mentalmente las paradas que faltaban hasta llegar a la mía. Cuando por fin el camión se paraba a los pies de mi cama, si todavía estaba despierto, me gustaba asomarme y poder presenciar en directo todo aquel proceso. Una vez acabado el trabajo, los dos basureros regaban el asfalto con una gran manguera verde, y corrían a subirse de nuevo al camión que, ya en marcha, les tendía un par de plataformas allá atrás, junto a la boca devoradora de basura.

Entonces, cuando aquellos héroes que trasnochaban para limpiar una calle que no era la suya se perdían a lo lejos, yo volvía a recostarme e intentaba, de nuevo y sin éxito, dormir. Si por fin lo conseguía, soñaba que el camión de la basura entraba por el principio de la calle, y comenzaba de nuevo el ritual que volvía a desvelarme.

Ritual éste que se repetía noche tras noche, a medida que se iba acumulando la suciedad a mis pies (suerte que vivo en un sexto). Y noche tras noche, desde hace ya nadie sabe cuánto, todos necesitamos que venga un basurero, a limpiar en silencio, oculto en la oscuridad, la porquería que durante el día sembramos. Y así iremos, convencidos, el domingo a votar, para elegir al nuestro preferido. 



Acerca de pauborreda

Periodista y fotógrafo
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Una respuesta a El camión de la basura

  1. Amparo dijo:

    Ojala hubiese sido verdad y se hubiera llevado la basura de los pies de la cama, la noche de antes de ir a votar, quizá en esta nuestra Valencia olería hoy, una semana después, a flores y no a mierda.

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